OFB, Enrique Diemecke y Pablo Roberto Diemecke: obras de Pulido, Chávez y Tchaikovsky

 

 

Orquesta Filarmónica de Bogotá

Director: Enrique Diemecke, México

Solista: Pablo Roberto Diemecke, violín, México

 

Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo

Viernes 1 de agosto de 2014, 20:00

 

Luis Pulido Hurtado (Colombia, 1958)

Eventos Rítmicos (1983)

 

Carlos Chávez (México, 1899 – 1978)

Concierto para violín (1951, rev 1965)

I. Largo – Allegro moderato

II. Largo

III. Scherzo

IV. Cadenza

V. Tempo Primo (Scherzo)

VI. Largo

VII. Allegro moderato

VIII. Largo

 

Piotr Ilich Tchaikovsky (Rusia, 1840 – 1893)

Sinfonía No. 5 en mi menor, Op. 64 (1888)

I. Andante—Allegro con anima

II. Andante cantabile con alcuna licenza

III. Valse. Allegro moderato

VI. Finale. Andante maestoso–Allegro vivace

 

Notas al programa

El aporte de los compositores latinoamericanos al repertorio de música para orquesta con énfasis en el ritmo y la percusión es muy sólido. Basta con mencionar la fuerte presencia de instrumentos de percusión y de ritmos nacionales en las obras del mexicano Carlos Chávez, el argentino Alberto Ginastera o el colombiano Jesús Pinzón para listar solo algunos ejemplos. Este último fue maestro de Luis Pulido quien, además de compositor es flautista y picolista y lleva muchos años en esta posición en la Orquesta Filarmónica de Bogotá. En la obra de Pulido hay un catálogo extenso de piezas para orquesta, con solista o en grupo, obras de cámara, composiciones para la escena, cine y video. Su obra en este programa tiene un título tan bien elegido como lo es el de “Rítmicas” para el cubano Amadeo Roldán al igual que para Jesús Pinzón. Eventos Rítmicos de Luis Pulido es una composición que está orientada por los acontecimientos rítmicos que inician y concluyen dentro de la propia lógica de la obra, sin referente estructural o formal externo que la justifique. No hay que dejarse engañar por la brevedad de la pieza, pues su riqueza rítmica obedece a la idea de concentración y no a la de desarrollo o expansión. La obra requiere de un extenso recurso de instrumentos de percusión y a la vez, confía a los vientos un desempeño rítmico notable.

Carlos Chávez fue uno de los músicos más sobresalientes del ámbito latinoamericano en el siglo XX. A su labor de compositor se suman los años que dedicó al trabajo de gestión cultural en México y más allá de sus fronteras, su labor en favor de la divulgación de las obras de sus colegas latinoamericanos. En muchas ocasiones Chávez logró un lugar merecido para composiciones latinoamericanas dentro de festivales, conciertos especializados y entornos académicos y de divulgación en los que la comunidad pudo disfrutar y evaluar la elevada calidad de esa producción contemporánea. Esta labor también la extendió Chávez al terreno de la danza, la pintura y la escultura. Recibió críticas severas de destacados directores de orquesta por su manera muy acelerada de abordar las obras que el dirigía en concierto, pero a Chávez hay que abonarle su esfuerzo por conseguir una expresión latinoamericana bien fundada, distinta a la de los directores europeos en torno a la segunda guerra mundial. Desde luego que estas labores administrativas le restaron tiempo precioso para dedicarse a la composición; esto y no la falta de impulso creador, explica que su catálogo no sea más extenso si se lo compara con su dilatada actividad en otros frentes. En una carta a Minna Lederman Daniel, eficaz en la fundación de la Liga de Compositores Contemporáneos en el decenio de 1920 y editora durante una veintena de años de una revista especializada para la que siempre obtuvo la colaboración de los compositores del momento, Chávez le cuenta a mediados de 1950 que está por concluir su concierto para violín. La obra quedó terminada en 1951 y dada al público en 1965 con el aspecto general con que se conoció hasta la revisión que hizo Enrique Diemecke y que ejecutó su hermano Pablo, tal como ocurre en esta ocasión. Para la primera grabación del concierto de Chávez, el solista fue el Henryk Szeryng, quien más tarde fue maestro de Pablo Diemecke. La obra contrasta los aspectos modernistas y tradicionales en el planteamiento del violín frente a la orquesta y en la cadenza solista del instrumento. A pesar del uso frecuente de disonancias y de que el arco toca muchas cuerdas dobles, la obra es tonal y está estructurada para que la cúspide de la pieza, la cadenza para el solista, ocurra a la mitad de la obra. A partir de este punto vuelve el tema inicial y continúa una estructura que recurre en mucho a la de la primera parte. Esto hace que el movimiento final proponga una bonita coda de conclusión, sin demasiado despliegue de energía, lo que contradice a la tradición. Este concierto es, en realidad, una composición para el violín en el que el desempeño estructurante de la orquesta y su color sonoro, opaco y sobrio, contrastan con el sonido brillante que debe sostener el violín en toda la obra. La pieza se ejecuta sin interrupción entre movimientos.

Parece ser que la vida de Tchaikovsky dio un giro inesperado alrededor del momento en que terminó y estrenó su Quinta sinfonía. Antes de ella, era una persona más que excesivamente reservada, posiblemente para salvaguardar la intimidad de su homosexualidad mal camuflada en un matrimonio que le causó más tormento que protección. El compositor sufría de un acentuado pánico escénico, lo que le dificultaba y le hacía terriblemente mortificante dirigir sus propias creaciones. A partir de la Quinta, el compositor disfrutó del favor del público, se relajó su relación con el escenario y se ubicó como favorito del zar y gran campeón de la música rusa en Rusia y para el mundo. Entre la Quinta que es su penúltima y la Sexta sinfonía, hay cinco años de diferencia. La obra se inicia otorgándole a los clarinetes la responsabilidad de establecer, más incluso que la melodía del tema principal, el principio de movimiento que marca toda la obra. De hecho, esta primera aparición del motivo propulsor tiene un carácter ambiguo frente a la gran entrada de la orquesta, que se sobrepone al aspecto sombrío con el que parecía marcada la obra. Pero no hay duda de que el primer movimiento es melodioso en el estilo más característico de Tchaikovsky, pues fluye y se conecta con facilidad con los patrones motívicos. Hay algo de vals en muchos momentos del primer movimiento y esto se hace realidad plenamente en el tercero. Respecto de la conclusión del cuarto movimiento, dicen los estudiosos que presenta una desafortunada nota característica de la obra sinfónica de Tchaikovsky que consiste en su falta de contundencia para rematar.

 

Las notas realizadas por Ricardo Rozental para los programas de mano se elaboran por solicitud del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo a quien pertenecen la totalidad de los derechos patrimoniales: www.teatromayor.org