OFB, Andrés Felipe Jaime y Alban Gerhardt: obras de Posada, Britten y Elgar

 

 

Orquesta Filarmónica de Bogotá

Director: Andrés Felipe Jaime, Colombia

Solista: Alban Gerhardt, chelo, Alemania

 

Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo

Viernes 15 de febrero de 2019

 

Andrés Posada (Colombia, 1954)

Los colores

 

Edward Elgar (Reino Unido, 1857 – 1934)

Concierto para chelo en mi menor, Op. 85 (1919)

I. Adagio; Moderato

II. Lento; Allegro molto

III. Adagio

IV. Allegro; Moderato; Allegro, ma non troppo; Poco più lento; Adagio

 

Benjamin Britten (Reino Unido, 1913 – 1976)

Guía orquestal para la juventud

Variaciones y fuga sobre un tema de Purcell

Tema – Allegro maestoso e largamente

Instrumentos: Tutti, maderas, metales, cuerdas, luego percusión

Variación A – Presto

Instrumentos: Piccolo y flauta

Variación B – Lento

Oboes

Variación C – Moderato

Clarinetes

Variación D – Allegro alla marcia

Fagotes

Variación E – Brillante: alla polacca

Violines

Variación F – Meno mosso

Violas

Variación G – Lusingando

Cellos

Variación H – Cominciando lento ma poco a poco accel. al Allegro

Contrabajos

Variación I – Maestoso

Arpa

Variación J – L’istesso tempo

Cornos

Variación K – Vivace

Trompetas

Variación L – Allegro pomposo

Trombones y tuba

Variación M – Moderato

Percusión (timbales; bombo y platillos; pandereta y triángulo; redoblante y bloques; xilófono; castañuelas y tam tam; látigo; tutti de percusión)

Fuga

Allegro molto

 

Los dos compositores más sobresalientes del Reino Unido en el siglo XX están en este programa. Por muchas razones Britten resulta más renombrado, aunque Elgar lo hubiera antecedido y apareciera como si en su país, por fin, surgiera un sucesor de Henry Purcell (1659-95) llamado el Orfeo británico. Desde Purcell, cada país de Europa y de nuestro continente ha hecho aportes al repertorio de la tradición académica de occidente mientras el Reino Unido se contentaba con brindar intérpretes sobresalientes, editoriales musicales de primer orden, salas de concierto y teatros de ópera, festivales de primera línea, estupendas escuelas de música, maestros en la fabricación de instrumentos y agendas de eventos musicales que superaban a las ciudades más activas de Europa o Norteamérica.

 

Elgar fue un compositor local y en sus obras resaltó lo que sus conciudadanos entendían como más representativo del gusto del país. Elgar los acostumbró a unas composiciones optimistas, de una alegría inmediata sin importar que fuera fugaz. Vino luego al Primera Guerra Mundial y con ella una pérdida de vidas sin precedentes para los ciudadanos del Reino Unido y del Imperio Británico que se sumaban entre patrióticos y desesperados a los ejércitos que resultaban diezmados por millares cada día, y que enterraban despedazados o envenenados por los gases a hombres de todas las edades y a mujeres en cantidades que no se habían conocido en el frente de batalla o en las proximidades de esos campos de lucha. La voz de Elgar se silenció casi del todo mientras duró la guerra y la recuperó poco después de que terminó. Pero era distinta. Varias personas cercanas a sus afectos habían fallecido, el país estaba devastado y una cantidad importante de sus jóvenes había muerto. Entre las primeras obras que compuso tras la guerra se encontraban piezas de cámara que sonaban sombrías o, como gustan llamarlas en su país, otoñales. Lo atribuyen a la personalidad depresiva del compositor que se encontraba golpeada por el conflicto, a una noción de haber sobrevivido a un evento de dimensiones imprevistas que sumió a muchos en una sensación de fin de los tiempos y a la certeza de que el mundo todo era distinto y que el musical había olvidado a este compositor. Al fin, escribió el concierto para chelo. La obra deja al instrumento solista una preeminencia devastadora, cuando la orquesta queda en silencio o en un plano muy callado, o con un manejo de los registros tan diestro que entre las cuerdas muy arriba y los restantes instrumentos muy abajo, al violonchelo le queda todo el centro del espectro sonoro para moverse con tremenda expresividad.

 

Esto no bastó para que la obra iniciara su vida con buena acogida. Parece que en el estreno que dirigió Elgar, el solista estuvo muy bien y la orquesta muy mal debido al escaso tiempo de ensayo disponible. El compositor grabó la obra en dos ocasiones en las que también dirigió a los intérpretes y aun así no consiguió que esta, su última pieza de gran formato, sedujera. Hasta 1965, cuando la violonchelista inglesa de diecisiete años, Jacqueline du Pré presentó su versión y la grabó. Entonces el concierto de Elgar pasó a formar parte del repertorio de los violonchelistas y en las siguientes cinco décadas se hicieron más de cuarenta grabaciones a cargo de los solistas más sobresalientes del momento.

 

La obra de Britten fue un encargo del Ministerio de Educación de Inglaterra para acompañar una película destinada a la circulación escolar que presentaba los instrumentos sinfónicos. La música se solicitó a Britten en 1945, la película se llamó Instrumentos de la orquesta y comenzó a circular en 1946, el año final de la siguiente y todavía más mortífera II Guerra Mundial. Este compositor se basó en el rondeau que ocupa la segunda parte de la suite de Henry Purcell para la obra Abdelazar de 1695 que se le encargó escribir. El origen del rondeau se halla en la poesía y canción francesa anterior a Purcell, caracterizada, en música, por el retorno a un estribillo repetitivo que le da coherencia, unidad y ayuda a fijar en la memoria toda la pieza.

 

Britten adaptó el tema de Purcell, originalmente concebido para un grupo de cuerda, con la eventual adición de un chémbalo, para la orquesta sinfónica de modo que le asignó partes a los vientos, maderas y metales, a la percusión y a todas las familias y miembros de la orquesta actual. Presenta el tema y luego permite que los colores y timbres característicos de los instrumentos vayan haciéndose protagonistas a medida que se desarrollan las variaciones sobre ese tema, hasta culminar con la percusión, tras lo cual se vuelve a juntar toda la orquesta en una fuga y el animado cierre de la obra.

 

Es una de las composiciones más recurridas para la introducción al sonido de la orquesta y de sus instrumentos integrantes, pero sería equivocado creer que allí se agota su potencial pues queda resonando, por la calidad de su material, como una composición bien lograda.

 

Las notas realizadas por Ricardo Rozental para los programas de mano se elaboran por solicitud de la Orquesta Filarmónica de Bogotá a quien pertenecen la totalidad de los derechos patrimoniales: www.filarmonicabogota.gov.co