OF Israel y Zubin Mehta: obras de Mozart y Mahler
Orquesta Filarmónica de Israel
Director: Zubin Mehta, India
Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo
Martes 13 de agosto de 2013, 20:00
Wolfgang Amadeus Mozart (Alemania, 1756 – Austria, 1791)
Sinfonía No. 40 en sol menor K550 (1788)
I. Molto Allegro
II. Andante
III. Menuetto
VI. Allegro assai
Gustav Mahler (Bohemia, 1860 – Austria, 1911)
Sinfonía No. 5 (en do sostenido menor) (1901 – 1902)
Primera Parte:
I. Trauermarsch (Marcha fúnebre). In gemessenem Schritt. Streng. Wie ein Kondukt (Lento, con paso bien medido, como en una procesión fúnebre)
II. Stürmisch bewegt, mit größter Vehemenz (Movimiento tormentoso, con gran vehemencia)
Segunda Parte:
III. Scherzo. Kräftig, nicht zu schnell (Con fuerza, no muy rápido)
Tercera Parte:
IV. Adagietto. Sehr langsam (Muy lento)
V. Rondo – Finale. Allegro – Allegro giocoso. Frisch (Fresco)
El contraste entre en el tamaño de la orquesta y el tipo de instrumentación de estas dos obras no debe ocultar puntos de conexión entre ambos compositores. Una leyenda que va camino a desvanecerse quería hacernos creer que en vida, Mozart jamás oyó sus tres sinfonías finales, la 39, 40 y 41. Hoy se cuenta con evidencia que señala lo contrario. Mahler, por su parte, estrenó su Quinta dirigiendo la orquesta en Colonia y luego revisó varias veces la partitura hasta el año de su muerte pero esta revisión no se publicó hasta 1964. Con Mozart ocurrió algo similar, pues buena parte de su obra quedó en el silencio durante decenios, salvo por sus óperas Don Giovanni y La Flauta Mágica. En el caso de Mahler, sólo desde los años 60 del siglo XX surgieron directores que se empeñaron en hacer sonar su obra con el énfasis puesto en comprender la mejor manera de tocarla, lo que ha dado lugar a numerosas aproximaciones. Ha sido necesario que diversos acercamientos fallidos decantaran un rango aceptable de formas de dirigir a Mahler.
Para ambos compositores Viena fue una prioridad tanto para su vida como para su carrera. Mozart se ubicó en el inicio de una tradición sinfónica que él mismo contribuyó a consolidar, dándole firmeza a la sinfonía justo cuando el género apuntaba hacia el cansancio por la repetición. Más adelante, los aportes de Mozart brindaron a Beethoven solidez y libertad para componer. Y en el siglo XIX, les siguieron las sinfonías de Schubert y Schumann, las de Brahms y Bruckner y, finalmente, las de Mahler, con las que se cierra siglo y medio de predominio sinfónico. Después de Mahler, la tradición vienesa requirió de nuevas propuestas ante el total agotamiento de las posibilidades de composición del pasado.
Mozart era un burgués cortesano al servicio de los gustos pasajeros y del ocio de una aristocracia cuya justificación se vino abajo en Francia durante la revolución que ocurrió en vida de Mozart. Mahler, era un judío de una provincia del imperio Austro-Húngaro que estaba dotado de una destreza musical sin explicación en los oficios de la familia, pero capaz de maravillarnos tanto como el infante prodigio que fue Mozart cuando de adulto superó sus propios antecedentes. Ambos compositores murieron lamentablemente jóvenes: Mozart no alcanzó a los 36 años y Mahler murió a los 51. Los dos fueron hombres conscientes de su limitada apariencia física, ambos debieron sobreponerse a la muerte de sus hijos muy pequeños en tanto que componían obras que giraban alrededor de la muerte. Mozart nunca tuvo un puesto estable, digno de sus capacidades y bien remunerado, Mahler luchó toda su vida por elevar el nivel de las posiciones que ocupó, enfrentando la mediocridad de los gustos establecidos y de quienes desempeñaban, sin tanto mérito como él, los puestos que le fueron esquivos. Si Mahler buscó en su conversión al catolicismo una manera de eliminar los prejuicios vieneses y austríacos, lo que en realidad no consiguió, Mozart mantuvo una adhesión relajada frente al catolicismo un poco frenético de su padre, mientras se acercaba a la masonería de la que llegó a hacer parte. Por último, si bien la situación económica de Mahler no fue tan extrema como la de Mozart, tampoco disfrutó de ingresos suficientes para dejar de sentir angustias económicas permanentes. Fuera de sus grandes sinfonías, Mahler escribió muy poco más y es el perpetuador de una tradición que conecta con Mozart por la vía de Wagner, que tanto admiraba a Beethoven que veneraba a Mozart. Mahler mueve enormes recursos orquestales sin descuidar la riqueza en los detalles, con un tejido de sonidos que saca provecho de los colores instrumentales en gran complejidad sonora que no agota al oyente ni en audiciones sucesivas. Puede, además, inflar y desinflar la orquesta o los grupos de instrumentos y resaltar unos solos encantadores. En cambio de estructurar su música en torno a una tonalidad referencial, comienza y termina los movimientos en tonalidades lejanas y no hace obvias las conexiones entre movimientos por su relación tonal, sino por los materiales que maneja, lo que incluye una paleta de emociones cambiante y audaz. Su uso del cromatismo, con sucesiones de notas separadas entre ellas por la mínima distancia que los instrumentos pueden producir, contribuye a que el soporte tonal tradicional resulte desdibujado. Para la Quinta, Mahler escribió cinco movimientos, que él mismo agrupó en tres partes, cada una con su propia unidad de expresión.
Las notas realizadas por Ricardo Rozental para los programas de mano se elaboran por solicitud del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo a quien pertenecen la totalidad de los derechos patrimoniales: www.teatromayor.org